¿Cómo usar la evaluación a nuestro favor antes del regreso a clases presenciales?

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¿Cómo usar la evaluación a nuestro favor antes del regreso a clases presenciales?

En estos tiempos en donde la pandemia por Coronavirus ha forzado la realización de clases virtuales en Chile y en el mundo desde marzo de 2020, vale la pena mirar qué se ha podido aprender a nivel de la implementación de la evaluación en aula a un año, qué posibilidades ofrece para el futuro regreso a la sala de clases, así como limitaciones que han surgido bajo el actual contexto y lo que la literatura nos ofrece para abordarla.

Antes de avanzar, ¿por qué debemos poner atención a la evaluación? Hay una serie de razones, pero las principales obedecen al potencial que ofrece para promover aprendizajes en los estudiantes, sea del sistema parvulario, escolar o de educación superior. En cualquier caso, las decisiones que adoptemos respecto a la evaluación implica una mirada sobre cómo pensamos la educación (Santos Guerra, 2003), así como los roles que al respecto cumple docencia y discentes. Y precisamente ante esto, abordar enfoques como la evaluación en aula, y en particular la evaluación para el aprendizaje, pueden resultar cruciales para que la evaluación, con todo el instrumental que posee, visibilice el aprendizaje, y ofrezca diversas y prontas oportunidades para su mejoramiento (Hattie, 2012). Para que ello sea posible, es necesario asumir previamente que la evaluación es una herramienta central en el logro de los objetivos de aprendizaje consignados en el curriculum nacional, ya que permite al docente y a las y los estudiantes ir evidenciando el avance en las trayectorias de aprendizaje, reflexionar sobre ellas y ajustar los procesos pedagógicos según la información obtenida (Ministerio de Educación, 2018). Por lo tanto, la evaluación no solo es parte del proceso de enseñanza y aprendizaje, sino que además lo acompaña en todo momento y que incluso, siguiendo recomendaciones de diversos teóricos nacionales e internacionales que han adoptado la propuesta del backward design (Wiggins & McTigue, 1998), la evaluación se considere antes que la enseñanza al momento de su planificación, para asegurar que todas las actividades y experiencias de aprendizaje que se preparen para nuestros estudiantes, respondan a indicadores de logro previos que sean evaluables y por ende evidenciables en el aula, para promover decisiones de mejora del aprendizaje y de la enseñanza.

Este enfoque es el que felizmente adoptó la política educativa nacional en los últimos años, cuyas líneas de acción y orientaciones asociadas han permitido que nuestras comunidades educativas tuvieran una caja de herramientas tanto conceptual como procedimental para llevarla a cabo en el aula en los últimos años y de esa manera tener un grado de preparación previo a la pandemia. Al respecto, contribuyeron el Decreto nº 83/2015, y especialmente la Política de Fortalecimiento de la Evaluación en Aula (Ministerio de Educación, 2018) y el Decreto nº67/2018 que transformó este enfoque en un conjunto de elementos prescriptivos para ser llevados a cabo en la educación escolar nacional. Es decir, la evaluación en aula ya no solamente como una oportunidad, sino derechamente como el camino a seguir para los próximos años.

Adoptar este enfoque, implica necesariamente incorporar procesos de evaluación que aprovechen lo mejor de la evaluación formativa y la sumativa, así como su articulación. Y al respecto, el evaluar en pandemia ha sido todo un desafío para las y los profesores, ya que entendieron que recoger información del aprendizaje de los estudiantes implicaba reemplazar los mecanismos análogos y presenciales por otros de carácter virtual y a distancia. Por lo tanto, un primer elemento clave ha sido el uso de aplicaciones digitales que ayudaran a evaluar. Se volvió masivo el uso de Google Forms, Mentimeter, Padlet, elaboración conjunta de rúbricas y otros instrumentos en Google Docs para evaluar proyectos interdisciplinarios, la herramienta de Encuestas de Zoom para aplicar tickets de salida, entre otros más. Sin embargo, con ello surgieron desafíos derivados, tanto para docentes como para estudiantes, pero con un sello común: la necesaria alfabetización digital. Un estudio cualitativo hecho en 2020 a establecimientos nacionales, entre sus diversos hallazgos, dio cuenta que la disponibilidad de Internet representa el acceso a una cantidad ilimitada de información y recursos de aprendizaje que complementan los recursos y conocimientos tradicionales, y desafían el rol del profesor en el proceso de aprendizaje del estudiante. Por otra parte, fuera del establecimiento los niños, niñas y adolescentes interactúan con internet, teléfonos celulares, videojuegos, redes sociales y otras tecnologías digitales no como herramientas, sino como formas culturales (Buckingham, 2015). Los testimonios mencionados allí, más lo que han mencionado repetidamente otros profesores y equipos directivos nos lleva a la conclusión preliminar de que en materia de alfabetización digital, se debe pasar de usar las Tecnologías de Información y Comunicación como parte del ambiente de aprendizaje, a ocuparlas para promover procesos de aprendizaje (Agencia de la Calidad de la Educación, 2020), por ende, integradas a la planificación pedagógica, y donde se espera la evaluación esté presente. A varios profesores les ha costado avanzar a este cambio de enfoque, así como además el uso operativo de estas aplicaciones. Lo mismo para los estudiantes: son nativos digitales, pero eso no ha significado necesariamente que logren usar recursos digitales de aprendizaje con la misma facilidad con la que consumen contenidos de redes sociales, por lo que está presente el desafío para que ambas partes, profesores y estudiantes, logren, en materia educativa y en particular de evaluación, apropiarse de las TIC y poder evidenciar digitalmente los aprendizajes.

Un segundo desafío asociado a la evaluación en pandemia ha sido la toma de decisiones para promover aprendizajes. Justamente es allí donde cobra importancia la retroalimentación, que es en donde se concretiza el valor de la evaluación formativa de acuerdo al Decreto nº67/2018, y que además es una de las 10 acciones docentes que tiene mayor impacto en la mejora de los aprendizajes (Hattie & Jaeger, 1998). Ya se ha mencionado que lograr evidenciar aprendizajes a distancia es desafiante, y en el caso de la retroalimentación también lo es. Una lección que esta pandemia nos ha entregado es que hay que tener cuidado con la información que comunicamos a nuestros estudiantes respecto al aprendizaje, y además el formato que hemos decidido para hacerlo, para que la sepan comprender, se motiven para su uso, y logren finalmente mejorar su aprendizaje. Al respecto, vale la pena considerar lo que nos recomienda Nicol y Macfarlane (2006) y Wiggins (2012), quienes recomendaron una serie de buenas prácticas para llevar a cabo una retroalimentación efectiva. Para efectos de lo que se ha vivido en este año de educación remota, destacaremos dos:

-promover procesos de autoevaluación: para optimizar el tiempo del docente y además para integrar al estudiante de manera más activa en su proceso de aprendizaje, se le puede solicitar que juzgue su propio producto de aprendizaje en base a criterios objetivos y previamente conocidos, para que reconozcan las fortalezas y debilidades en su desempeño, y reflexionen respecto a cómo mejorar el mismo. El desafío es motivar a los estudiantes a aquello, y previamente confiar en ellos. Alfabetizar a los estudiantes respecto al valor de la evaluación y el rol de ellos, puede ayudar mucho al respecto.

-entregar información de alta calidad del aprendizaje: aquí es fundamental que el docente use los mencionados criterios para comunicar los logros y errores cometidos por los estudiantes en su desempeño, ojalá agregando sugerencias para su mejora. Es clave que estas orientaciones sean ajustadas al aprendizaje esperado, con una connotación positiva para motivar al estudiante, y abordable en un acotado tiempo. Esto, que ya se recomendaba, debiera ser llevado a cabo por diversos formatos, ya que la pandemia ha llevado a que se deba usar diversas formas de comunicar esta retroalimentación, y esto lo debe conocer el docente. Hay estudiantes que lo pueden entender leyendo, pero con otros se debiera hacer tutorías audiovisuales, cosa que asegurar que todos comprendan lo que deben mejorar. El desafío nuevamente es el uso de TIC integradas a la evaluación, pero además la disponibilidad de recursos institucionales para que tanto docentes y estudiantes puedan tener los espacios y tiempos necesarios para esta comunicación y tener oportunidad para presentar y evaluar las mejoras esperadas.

Hace muchos años atrás, Santos Guerra lo profetizaba: la evaluación es un proceso de diálogo, comprensión y mejora (1993). Al final del día, y con esta pandemia, esto se ha hecho más que patente y necesario

Dangelo Luna Muñoz 

Asesor Educativo

Educación 360°

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